Pensemos en conceptos complejos. Cuantas veces hemos pensado en la importancia de la seguridad de una caricia. La naturalidad. Cuantas te has parado a pensar en que el calor que emanan sus pies es perfecto para tu temperatura corporal. Cuantas has pensado lo vital que pueden ser los ojos de una Geisha. Dos dedos rozándose pueden mover un iceberg. Un dedo sobre una boca. La yema de un dedo rozando la carne de unos labios tibios y húmedos. La sangre te sube a los párpados y te hace temblar. El miedo aprieta el corazón y lo lanza hacia lo desconocido. El filo de tu rodilla puede cortar su entrepierna y no hemos pensado en nada bueno hasta ahora. No hay pensamientos sanos. Nadie quiere pensar en eso que los ojos gritan y los dedos no entienden. La lengua se hace dueña de todo. En un instante hay líquido en el aire, en las sábanas, en la superficie de la piel y los conceptos se van divagando. Se escucha un pequeño gemido rebotar de la pared como un eco y el corazón suspira. Cuan importante puede ser un beso de sangre. El dolor es un placer lejano, escondido en el centro del tímpano que por momentos ensordece. Y la lengua sigue haciendo de las suyas en cualquier cordillera. Conquista, reconquista, atraviesa y retuerce los ligamentos de un cuerpo cansado pero sediento de más. Los ojos interpretan la luz y la memoria se encarga de guardar este momento para que tú te preguntes algún día la realidad, el principio, la extraña facilidad con que la dos cuerpos se entienden, se nutren de lujuria y se rehacen en una carnal y compleja luna.