LECCIONES DE NUESTRA JOVEN DEMOCRACIA.
En 1962 el pueblo dominicano expresó en la urnas su deseo de
cambio radical y total después de treinta años de dictadura sangrienta y
absoluta. Votó por un escritor que había vivido en el exilio y había forjado un
liderazgo a base de ideas brillantes de transformación. Un hombre, el profesor
Juan Bosch, que en seis meses hizo tanto, que resultó demasiado para la minoría
que todavía controlaba una parte del poder militar y de las élites del país.
Sin embargo el pueblo reaccionó y se lanzó a la calle. Solo el
apoyo militar de los EE.UU. impidió que se restableciera esa democracia por la
que tantas personas habían luchado y entregado su vida. La guerra fría y el
terror a perder la batalla territorial al comunismo provocaron una invasión que
nos robó el futuro y nos devolvió a una edad media política de la que todavía
no parece que hayamos salido.
Llevamos 46 años esperando “la ilustración” dominicana. Muchos
pensaron que en el 1978 había llegado con la salida de Joaquín Balaguer y las
acciones de Antonio Guzmán que buscaron equilibrar la balanza de poder que
seguía muy en manos de un grupo. Pero las dictaduras no se acaban de la noche a
la mañana y pronto nos dimos cuenta de algo que se había dado cuenta el
profesor Bosch, cuando la oposición es larga el virus del poder corroe a todo
el que se le acerca. Las mismas estructuras autoritarias y depredadoras se
habían alojado en el ceno del mayor partido de oposición. Con la muerte de
Antonio Guzmán, lo confirmamos y de nuevo cuatro años más tarde recuperaba el
poder el genio maquiavélico del Doctor Joaquín Balaguer.
Balaguer hizo un arte del control a través de regalar poder y
privilegios estratégicamente, de usar la autoridad para sofocar voces
disidentes y de mantener aislado el poder ciudadano a base de “funditas”,
dádivas y mala educación. Había superado a su maestro Trujillo y había logrado
disfrazar la democracia de estabilidad. El maquillaje perfecto eran las
viviendas populares, los puentes, las escuelas, las bibliotecas. En cada bloque
de cemento se sepultaban los huesos de nuestros héroes, en cada varilla se
escondía la represión y el fraude.
El PRD había drenado de esperanza a la clase trabajadora y la
clase media cada vez más pequeña, se había fijado en su estrella ya casi
abatida, el Profesor Bosch. Pero el poder lo seguían controlando los mismos
personajes de antaño, los condes, duques, príncipes y reyes de nuestra
prolongada edad media y para acceder al poder había que negociar con ellos.
La persona que primero entendió esto fue nuestro actual presidente
Danilo Medina que entendía quizás que el poder era un monstruo de dos cabezas: quienes
lo ostentaban y quienes aspiraban a él. El
cuadro de la política dominicana nunca se pareció tanto a un Goya como en
aquella época. Con la conformación del frente Patriótico, que fundía la nueva
esperanza que representaba el PLD con el viejo verdugo, Saturno tomaba forma y
terminaba por devorar a su hijo.
Danilo Medina fue el artífice de aquél pacto basado sobretodo en
no perseguir, en no condenar y en guardar las piedras de dolor y repudio hacia
un gobierno y un poder que se hacía demasiado fuerte para derrotar de otra
manera. Los ideales de Juan Bosch, vencidos, aplastados por las estrategias del
poder.
Como Danilo, la sociedad pensó quizás que era la forma más sensata
de arribar al cambio, de arrancar de cuajo a los caudillos visibles, viejos y
cansados. Daba la impresión tras los primeros años que igual tenía razón. La
sabia nueva llenó de ideas las oficinas gubernamentales rancias, carcomidas de
poder. Un presidente joven, un técnico, un demócrata que había estudiado fuera
y hablaba bonito era justo la imagen opuesta al discurso cansado de Balaguer,
Bosch y Peña Gómez que por aquél entonces se había dejado consumir por la
fuerza de la enfermedad que la radioactiva política partidista le contagió. Desde
los años 60 los referentes del accionar político dominicano.
Pero el virus del poder muta como la cola de los lagartos y se
regenera si el remedio deja intacto el cuerpo que lo carga . Los reyes,
príncipes, duques y condes de la inercia política y social dominicana seguían
ahí sin importar la procedencia de sus fortunas, ni el atropello, ni el descaro
con el que fueron forjadas. Ese ejemplo pesa casi tanto como el recuerdo de los
edificios que dejan los regímenes que los aúpan.
Poco a poco la impunidad desecha a los honestos y los señala. El
que quiere hacer bien es marginado y el que no es lo suficientemente astuto, no
sabe crear inteligentes vínculos sucumbe. La política deja de ser una fuerza de
cambios y empieza a ser una forma de poder y enriquecimiento. El objetivo deja
de ser el bienestar del pueblo y comienza a ser engrosar la lista de una nueva
camada de nobles en un reino de lo perverso.
El virus se extiende como epidemia y alcanza a empresas grandes y
pequeñas, a empleados altos y chicos, a trabajadores formales e informales, a
conductores, a ciudadanos y militares. La impunidad implica la forma más
flagrante de violación a la ley y es el ejemplo más claro de que, solo cumple
la ley el que no acumula poder suficiente para romperla.
Sobre esa base de borrón y cuenta nueva, inicia nuevamente su
gobierno, el gestor de aquel Frente Patriótico que hoy le deja al pueblo
dominicano una abultada nómina de reyes, príncipes, duques y condes viejos y
nuevos. Con una aclaración, eso sí, no más, no caben más.
Mientras, el pueblo se divide entre los que se convencen a si
mismos de que lo mejor es avivarse para no perderse el carro de los nuevos ricos
y los que cansados de tantos años de la misma inercia y la misma impunidad
despiertan indignados y salen a defender a la calle lo que no pueden defender
en ningún otro lugar.
Ese pueblo que despierta es la clave para romper la inercia. Esos
cientos y miles y millones de ciudadanos que se han cansado de buscar su
esperanza en el lider de turno. Esos a los que la corrupción ya no solo les
llega en forma de la opulencia con la que se pavonean algunos funcionarios sino
que se dan cuenta como les da de lleno cuando un policía los extorsiona o un
delincuente les pega un balazo o les pasa por arriba en un semáforo.
En nuestro despertar está la clave del autocontrol de los
políticos, de la desaparición definitiva de los caudillos, del absoluto respeto
por la leyes. Está en nuestra movilización y en nuestro ejemplo. En nuestras
ganas y en nuestro accionar. Está en el respeto que profesamos por un país
joven lleno de riquezas y oportunidades.
El Presidente pide tiempo, pero su ejemplo no es reciente, sus
decisiones pasadas se han incubado en gran parte de su partido y le han
arrebatado la paciencia al pueblo al mismo tiempo que agotaban los ideales de
su fundador. El Presidente pide guardar las piedras mientras se sigue
construyendo un muro que amenaza con derrumbarse un día y matarnos a todos
incluida nuestra fértil tierra. El Presidente pide confianza al mismo tiempo
que juega a un doble discurso que mantiene en el gobierno y su partido a
aquellos que dice no tolerará.
Me voy a tomar la libertad de leer entre líneas y entender que en
realidad lo que el Presidente quiere decir es que no puede o quiere enfrentar
la realidad que necesita enfrentar nuestro país. Él no quiere ser un mártir, él
solo quiere probar su fórmula de país. Él no quiere correr el mismo destino que
corrió Juan Bosch, que sí tuvo la valentía de enfrentar el virus de frente. A
pesar de que a diferencia de Bosch, a él no lo va a perseguir ninguna guerra
fría y si un pueblo ansioso de rectitud.
En nuestra reciente estrenada democracia la historia nos ha
enseñado que el borrón y cuenta nueva solo ha servido para destruir las buenas
intenciones de quienes han querido ser ejes de cambio. Hay quienes señalarán el
progreso mirando hacia los puentes, carreteras, elevados y metros que no son
otra cosa que sustitutos de otros puentes, carreteras, escuelas y obras que ya
están viejas y destartaladas.
Yo veo el progreso en el despertar de un pueblo y en la humanidad
de la mayoría de su gente, que si se decide, si es más valiente que su
presidente, puede lograr inyectar de decencia a una sociedad que grita
desesperadamente por ayuda.
“La Ilustración” dominicana no va a llegar de la mano de ningún
individuo, de ningún líder, sino de la poderosa voz de sus ciudadanos más
comprometidos. Los líderes son personas de carne y hueso con virtudes y
defectos que la mayoría de las veces son altamente maleables. La voz de la masa
que clama y practica decencia es por el contrario difícil de callar y reprimir.
La sociedad no cambiará en un día y la revolución con armas y cañones ya ha
pasado de moda. La sociedad va a cambiar en la medida en que no nos mantengamos
indiferentes, en que nos eduquemos y expresemos. La sociedad va a cambiar si
seguimos luchando y clamando justicia. Si nos involucramos en nuestras
comunidades a dar seguimiento a las decisiones de unos cuantos. Que nunca más
se duerma nuestro deseo y que se nuestra lucha la base de la esperanza.
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