Hoy en día es más fácil viajar para enlistarte en algún ejercito que para hacer el amor, o vivir del amor o morir del amor. Algunos ya ni creemos en el amor de tanto poner fronteras.

¿A qué usted viene señor?
Yo vengo a alistarme en el ejército más sangriento y abusador de todos los tiempos.
Ah! Pues pase adelante y pongase alante.

¿A qué usted viene joven?
Yo vengo porque estoy enamorada y quiero vivir con un ángel que lamentablemente vive aquí y no en el cielo.
¡Ay no! Usted no puede pasar, usted lo que quiere es quedarse a vivir de este país ¡Ay no!

Defender las fronteras del terrorismo, del hambre, de la invasión de coeficientes menores. Defender la calma y la libertad. Ese es el lema de las naciones poderosas. Y nosotros escuchamos:

Yo ser gringo, no me importa tu nombre. Yo venir a este lugar con playa a poner compañía para llevar dinero a mi casa, para poner una reja grande y no dejarte entrar, ¿comprende? Muy bien, ok, pues tu ser mejor agachado y tranquilo que yo traigo la vaselina.

Y morimos en el anonimato, y nos ponemos nombres gringos para disimular y nos vamos subiendo unos encima de otros porque los políticos siguen vendiéndole la tierra a los conquistadores. Y nos enamoramos y no nos dejan entrar para poder salir de tanto desencanto.

¿Yo le voy a preguntar una cosa a usted oficial? ¿De donde era su abuelo, o su bisabuelo, o su tatarabuelo? ¿Indio? No verdad. ¿Y su mamá se casó con quién? Con un tipo que conoció en Polonia, o en Sicilia, o en Israel, o en Cuba. Y entonces quien coño le dice a usted que yo no tengo el derecho de venir a aquí a hacer lo mismo. Yo vengo a comerme a besos el mundo, vengo a deshilachar las banderas, vengo a comer del cerebro de los locos, vengo a vivir conmigo, no con su abuela, así que dejese de vainas y déjeme pasar.